Tomás Valdiviezo es un sereno
constructor de belleza. Lo vimos en grabados, extasiarse con el barrio, el trabajo,
la construcción… Los últimos óleos proponen una abstracción intensamente
colorida que nos devela pinturas escondidas dentro de las pinturas. Juega con la línea, el color, el espacio y
también cuida de sí al punto de no permitir que un ACV dejé huella alguna en su
primordial obra de arte, su cuerpo. Sus alumnos lo recuerdan como un generoso
maestro, cuidadoso de sus jóvenes discípulos, atento a las limitaciones del
aprendiz. Es la generación de plásticos que le brinda este homenaje: Guillermo
Pucci, Adriana Martel, Santiago Rodriguez, Horacio Pajés, Mario Vidal Lozano,
Gustavo Flores, tal vez queden algunos
sin nombrar, pero sólo intento una mirada poética de Tomás Valdiviezo.
En
los años 60` en Salta, la comunidad artística tenía su mirada puesta en Europa.
La intención crítica estaba destinada a reinventar la tradición, lo cual era un
gesto excluyente. Pero sus contemporáneos: Elsa Salfitti, Argenti, Alina Neyman,
Maheasi, hacen posible sentir el aura de la vocación, ya no son tan ajenos a la
identidad perseguida por sus mayores Caribé, Preti, Gertrude Chale, Roman, Brie que
venían de una búsqueda que exploraba desde afuera, tratando de plasmar mundos
casi ajenos, el del otro en su propia tierra, una búsqueda que para sus alumnos
era real. Ellos eran parte de la expresión pictórica de la provincia. Aunque años después, mientras
nuestro país pasaba por otra de sus oscuras etapas no menos densa que la militarizada,
los aires de la posmodernidad neoliberal, aplicaban la lógica de las leyes del mercado del arte, hasta volverlas insoslayables, entonces
la fragmentación era tan profunda, que
un manso y cordial Tomás
Valdiviezo organiza una “Asociación de
Artistas Plásticos Salteños para la Integración” de 1986 a 1996 (luego se convierte en La Asociación
de Plásticos Argentinos) de la primera es socio fundador y vitalicio, además, el
único de ellos entre nosotros; pero quiero subrayar esta palabra Integración, porque
da muestra de la ruptura en que se habría sumergido la comunidad de artistas,
pero es el precio por el que
arribamos a la contemporaneidad
y
es en esas zonas donde se dirimen los
conflictos que evidencian los caminos de la belleza como producto, como
industria cultural.
Tomás Valdiviezo ya de niño no permitió que nadie mirara en él diferencia alguna, logrando
ser considerado, a través de su talento, un artista visual. El joven Tomás
cursaba la escuela primaria en Tartagal, su maestra reconoció en él un don
especial, sin embargo intenta regalarle prendas de vestir, pero él, amablemente,
le dice que prefería lápices y papeles. Empieza su fama de buen dibujante, al
que la directora le encarga los frisos
patrios en el pizarrón de la escuela. Cuando planea su futuro osadamente se
dirige al intendente, le solicita una beca para la escuela de Bellas Artes en
Salta, cuando le responden que mejor le vendría estudiar un oficio, no se intimida
y se entrevista con el gobernador, el Dr Ricardo Duran al que le solicita la
posibilidad de hacer la carrera de artista plástico, lo que le fue concedido por
derecho a la belleza. Todos tenemos ese derecho: el derecho a producirla, gestarla, ampararla.
Al artista, al hombre destinado a dejar alguna
huella en el mundo, los caminos se le acomodan solos, y lo guían más allá de
las circunstancias históricas, religiosas o políticas. Tomás cuenta la anécdota de cómo una obra suya fue a dar al Instituto Sanmartiniano de
Boulogne Sur Mer, Francia. En las épocas más
oscuras del siglo pasado, el gobernador de facto lo llamó al cuartel y
Tomás, con gran desconfianza busca
compañía y obedece al llamado. Cuando se
inicia la entrevista la situación lo
sorprende, ya que este señor, del que sólo se esperaba un acto de
autoritarismo, le pide encarecidamente si puede ayudar a la profesora Teresa
Cadena de Hessling, profesora de historia, con la tapa del libro “ La Historia
del Gaucho”. Obviamente Tomás acepta el ofrecimiento sin recompensa, para la época ya era demasiado llamar a un
artista para no reprimirlo y recordando los frisos que le pedía la Directora
allá, en su pueblo natal, se contacta con la profesora. Ella para ubicarlo le
relata la construcción de la imagen que había logrado, Tomás se queja de este gaucho que
Güemes manda con el general San
Martín al no estar preparado muere al pie de la cordillera, esto no desanima la publicación del libro, por lo
tanto produce un cuadro de medianas dimensiones que, además de ser tapa del
libro, queda colgado en el Museo del
Cabildo. Él lo visita de vez en cuando, llevando a sus parientes y amigos,
pero un día desaparece, pasa un tiempo siguiéndole el rastro hasta que lo
pierde y por una casualidad, el viaje a
Francia de Maruja Palacios, lo recupera. Ella no pudo entrar al museo del
Louvre, entonces para consolarla la invitan al museo San Martiniano en Boulogne
Sour Mer , allí es donde ve el cuadro del Gaucho de Tomás Valdiviezo y cuando vuelve le pregunta por qué nunca les había contado que tenía una
obra en Francia. De esa manera vuelve a
contactarse con su obra, y sabiendo ahora que está allí, quizá algún día pueda ir a verla.
Dijo el ministro Sileoni "Todos en
la Argentina tienen derecho a la belleza y a acceder a ofertas culturales y
espectáculos de calidad. En esto ratificamos la identidad nacional, nuestra
historia y los personajes que son parte de ella” Así podemos decir que el joven
Tomás tenía clara conciencia de su lugar en el mundo. Fue un formador de
maestros en las escuelas de Bellas Artes
de Salta. Y hoy, cuando ha dado, y seguirá haciéndolo, lo mejor de su especialidad, crear belleza, recibe de sus
pares este homenaje, no cuando ya no esté, sino hoy, que en todas sus luces es posible brindarle el merecido reconocimiento por su labor y por
su don de artista. La cultura árabe, llamada también la cultura mágica, considera
al artista un aristócrata donde el
refinamiento no pasa por la cultura misma sino por el espíritu y creo que estos
son los verdaderos tiempos de Tomás
Valdiviezo.
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