viernes, 2 de marzo de 2018

Sin dirección fija




Somos una familia de árboles, cada uno fundando su propio territorio, la  fortaleza, "el hacer mi casa". Cada uno en sus propios dominios sin embargo, unidos por hilos invisibles que nos tejen a pesar de los inconvenientes y los felices aciertos, estamos plantados en la dulce tierra, donde ponemos la primera piedra, la fundante, y por eso le llamamos Pedro. No es cualquier lugar, es el lugar que elegimos para que sea el hogar, al que queremos regresar a descansar, donde, si una mosca vuela, le decimos ¡densa! Porque en el hogar estamos enteros, nuestros ciclos instintivos se ordenan y podemos vivir la vida  más de acuerdo con nosotros mismos. La intimidad es un regalo del alma que nos permite reconocernos, volver a casa.
Cuando uno se cambia de casa el hogar viene con nosotros y a toda costa lo acomodamos, le tapamos el  resplandorprocuramos que la luz sea agradable, la cama tibia, no haya corrientes de aire ni ruidos molestos, si está frío prendemos la estufa, nos damos de comer, nos procuramos momentos de agrado, con la música o el cine, con un libro o jugando con los chicos, nunca estamos incómodos en nuestro hogar, porque si nos sentimos molestos  ahí, y la vida se hace difícil, significa aceptar el exilio de la patria y eso,  hace dar ganas de llorar a los gritos. Necesitamos volver al hogar, regresar a casa
El hogar es “holográfico”. Tiene la forma que le dimos, a veces es una montaña, la lluvia que cae sobre la tierra, una planta reverdecida, un techo a dos aguas, una historia bien contada, una melodía en la que nos favorece el viento; pero, ante todo, es un territorio psíquico, si nos perdemos y no podemos regresar iremos por los caminos viviendo entre zombis, cansados y harapientos sin darnos cuenta del efecto que producen nuestras acciones  y sin claridad para reparar  en lo que fallamos.
En el hogar manifestamos sentimientos que no mostramos cuando estamos en el exterior: una visión, la paz, la liberación de las preocupaciones, de las exigencias, el asombro, los tesoros que nos dan fortaleza para hacer andar el mundo de afuera. El hogar es el nutritivo  mundo interior donde crecen las propias ideas, el orden y el sustento. Nos da el equilibrio que necesitamos y  nos revitaliza. Es un pequeño espacio desde el que vemos brillar las estrellas, y es suficiente para ser felices. 
Si lo hemos perdido lo buscamos, lo buscamos hasta encontrarlo, y en algún momento queremos volver a  él,  y si estuvimos afuera mucho tiempo, la piel se hace dura y pierde la sensibilidad, es necesario mirarnos al espejo y ver el brillo de nuestros ojos, el estado de ánimo, la vitalidad de los sentidos, y darnos cuenta de que ya es hora,  cuando llega la hora, no podemos hacernos los distraídos, cuando llega la hora, llega. Aunque uno no esté preparado, aunque no tenga tiempo, no porque todo esté limpio y ordenado, nadie logra eso, se va porque es la hora y se tiene que ir, su  propio hogar lo espera, lo llama, como se llaman entre sí los lobos en la selva.
Pensamos si llevar al niño con nosotros o dejarlo. Y es mejor llevar al niño a conocer los mundos de abajo, que conozca la naturaleza psíquica, porque el niño es el propio niño interiorrenacido a una nueva instancia en las profundidades de la conciencia. El que nunca se ha sumergido y ha regresado a la superficie es un ser incompleto.
El hogar es la vida instintiva que nos conduce  a resguardo cuando todo es demasiado, demasiado mucho o demasiado poco y es el lugar en el que siempre sale el sol, porque   regresar al hogar es empezar un nuevo día. En ese lugar todo funciona, el eje se desliza  bien engrasado no tememos no saber “qué vendrá”. En un nuevo día hay claridad y la luz nos invade si abrimos las ventanas. En necesario regresar al hogar y muchas cosas pueden ayudarnos  pero la mayor ayuda es una mente atenta a lo que le toca vivir, un corazón dócil para aceptar los cambios o las elecciones de los otros, y valorar claramente  nuestra propia manera de hacer las cosas.
En el hogar que nos llama, reina un absoluto Silencio, el silbido del viento entre los arboles es silencio, el tropezar del agua que corre por el lecho  del rio es silencio, hasta un trueno es silencio. Cuando la naturaleza está en orden y no pide nada a cambio, es el silencio que da la vida para poder escucharnos. No es difícil hacerlo. Lo que cuesta es acordarse de uno mismo. Conversar con el alma, preguntar y responder, en un acto íntimo en soledad, para recordar quienes somos y volver al hogar.