El artista plástico Roly Arias, presentó las
viñetas con su personaje “Simplicito”: típico adulto del siglo XXI en busca de la
dimensión de su propia persona sumida en soledades y esperanzas. Prisionero del lugar común, Simplicito,
un analfabeto emocional en la precariedad de sus impulsos no llega más lejos
que algún desvelo, amable víctima del individualismo del mundo en el que habita.
Los contextos socioculturales,
siempre ávidos de estrategias artísticas con las cuales identificarse, siguen
el derrotero del anti-héroe en los muros de Facebook. Provisto de profunda
calma y resignación, coloreado de un factor volátil que lo lleva a flotar sobre
aguas tranquilas, las expectativas de Simplicito “son un film de bajo presupuesto”;
vive en dos mundos, el que sueña y el que lo sorprende con una frialdad
inesperada y aunque siempre está solo lo
acompaña su corazón en llamas. Tal vez
por eso podemos decir que Simplicito es un extraterrestre con la convicción de
que lo esencial es invisible a los ojos, sabe que para vencer hay que dar un paso al costado y esperar la crudeza
del mundo, siempre dispuesto a bajar su generoso pensamiento que añora el verano y la playa en el más duro de
los inviernos.
Otro de los hallazgos de Simplicito es mostrar la incapacidad de esta realidad que persiste en reducirlo todo a la necesidad
de afrontar el vacío sistemático, un mundo de perplejas velocidades y de
inmensas ausencias, de compromisos descartables y de estoicismos irrevocables.
Entre la militancia del cuerpo sano y el análisis, se dificultan encuentros íntimos con la palabra del otro fuera de los ámbitos profesionales; el
conflicto es de cada uno frente a su sociedad. La soledad termina echando mano al “festejo del almanaque para motivar” que algo suceda,
o tal vez como dice John Berger “El frío es el dolor de creer / que nunca
volverá el calor”.
El lugar de Simplicito es el café, refugio de los
intelectuales, donde muchas de las grandes obras se escribieron en compañía de la
ventana que estimula el deseo de
desconectarse para conectarse con lo esencial, despertar los sentidos para
descubrir la libertad que le permita alcanzar un estado de gozo en los momentos
indicados para no sentirse perdido.
En este recuadro delimitado por sus márgenes, realizado en una servilleta, en el que se
representa un instante de la historia, Roly Arias logra un montaje mínimo de expresión significativa; construyendo con sus aforismos un personaje ni pesimista, ni desesperado que
aferrado a sus flotadores examina el guion en el que, equilibradamente y con
esfuerzo, avanza en la vida. “¿Qué más se puede pedir?”. Un tipo como cualquiera
de nosotros, con el heroísmo de su corazón esperanzado, prodiga la modesta actitud de perseverancia
que hace falta para no derrapar. Sin condición alguna y profunda sencillez,
Simplicito espera con su ramo de flores y una sonrisa plena en el banco de la
plaza, obteniendo una imagen universal del dubitativo hombre contemporáneo.